Entre la clase ociosa y la casta de parásitos
POR OTONIEL OCHOA ROCA
CATEDRATICO UNSCH
La grandeza y la honradez es un objetivo alcanzable en el país más pobre del mundo, aunque la satisfacción de necesidades obedezca a la existencia de los recursos. Igualmente, en el país más modesto se puede forjar una democracia sin corruptos.
¿Qué hace que una nación sea un pueblo digno, honrado, pujante y talentoso? ¿Qué hace diferente entre una nación de ciudadanos con prestigio y otra con castas parasitarias?.
Pues, bien, en el tránsito hacia la modernidad, las democracias sanas se sustentan en los derechos individuales (libertad) y los derechos sociales (igualdad), recogidas extraordinariamente en los dos pactos firmado por las naciones en Nueva York en 1966 (Pacto de Derechos Civiles y Políticos y; Pacto de Derechos Económico, Sociales y Culturales). Hoy en día, los valores y principios recogidos en esos dos instrumentos internacionales son el cimiento y fundamento de todas las naciones que comparten el ideal de democracia.
Luís Prieto Sanchiz, profesor de la universidad de Castilla y La Mancha, nos dice en Estudios de Derechos Fundamentales, que “los derechos innatos de libertad e igualdad aparecía en Kant como el presupuesto jurídico para que cada individuo pudiera perseguir su propia concepción del bien y satisfacer sus necesidades en la órbita privada de la sociedad civil, los derechos sociales no son más que una extensión funcional de ese modelo de los derechos innatos una vez que éste se abre también a la esfera política del ciudadano activo”. En este sentido, siguiendo la línea de Prieto Sanchiz, puedo decir que se propugna la armonía entre derechos individuales y sociales, entre el ámbito privado y el público.
En los últimos veinte años, en el Perú vivimos un círculo vicioso constante. Es frecuente que los ciudadanos asocien al político como sinónimo de hombre “corrupto”. También es habitual distinguir entre el empresario honrado que se gana la vida con el sudor de su frente de aquellos parásitos que chupan la sangre hasta el tuétano de los huesos.
Leo en estos días a Thorstein Veblen y a Enrique de Diego. El primero es autor de Teoría de la clase ociosa y el segundo de La casta de parásitos. Veblen y De Diego nos proporcionan la descripción espantosa de este molde (la clase ociosa y la casta de los parásitos), identificada por su arrebatadora mediocridad, su despreocupada disposición aduladora y su sometimiento a las consignas partidarias.
El periodista Juan Manuel de Prada, en la columna de opinión del diario ABC de Madrid (edición 10 de noviembre), pinta en cuerpo y alma el paradigma del político y empresario sin rostro humano. Este tipo de gente, como la que describe De Prada, también existe en nuestra sociedad peruana. Por ejemplo dice: “Gentecilla que a los dieciséis años se afilia a las Juventudes de su partido, sin otro propósito que el medro; gentecilla inculta a la que no se conoce mérito ni habilidad alguna; gentecilla que jamás ha arriesgado su peculio en la fundación de una empresa, que jamás ha forzado las neuronas que no tiene en el estudio de una profesión liberal, que jamás ha tenido que buscarse la vida en un oficio manual; gentecilla que, incluso, «mamó la política desde la cuna», esto es, que creció en una casa donde los papás ya formaban parte de la casta y modelaron al vástago para que algún día los sucediera en el disfrute de los mismos privilegios, según los más estrictos códigos de la mamandurria hereditaria…”. No hay más que apuntillar esta descripción. Nuestro Perú no está exento de esta clase ociosa y casta parasitaria. Pero, al mismo tiempo hay una inmensa mayoría de gente honrada, trabajadora y una minoría de delincuentes con cuello blanco que lamentablemente son los que destacan y “triunfan” a base del esfuerzo de los primeros.
Nosotros, gente común y corriente sufrimos a diario las componendas corruptas de los políticos y empresarios, tal atracador diestro se perfilan en inmoralidades del dinero que a otros nos cuesta conseguir. Los políticos corruptos y pseudos empresarios jamás se ganan la vida con el sudor de su frente, todo lo consiguen a base de fraude y robo. La Teoría de la clase ociosa de Veblen, hoy más que nunca cobra vigencia si queremos hacer una parodia con nuestra sociedad, es maravillosamente pertinente para el caso actual en el que gente torcida (políticos y empresarios) dañan la imagen de nuestro país con actos deshonestos.
Hay un déficit de doctrina de la virtud o el conjunto de valores que debe orientar la acción del hombre en sociedad. Falta una estructura institucional seria, transparente e imparcial. ¿Cómo luchar contra la corrupción con un sistema que desde su origen no está bien concebida?. Es necesario un sistema judicial de jueces y fiscales, educados en la doctrina de la virtud y los valores para que apliquen la ley a los corruptos. Un sistema anticorrupción lleno de mediocres y serviles jamás podrá ser un buen instrumento para erradicar lacra de podredumbre enraizada en nuestro país.
El episodio de corrupción de nuestro país ha rebotado en importantes medios de comunicación Europeos. Identifican al Perú y en general a Latinoamérica como un conjunto de países poco fiables.
No todo es un panorama sombrío. Nuestro país tiene gente emprendedora. Existen líderes y políticos con suficiente reserva moral. La familia y los buenos maestros son instituciones y referentes morales en las que aún podemos confiar.
¿Qué hace que una nación sea un pueblo digno, honrado, pujante y talentoso? ¿Qué hace diferente entre una nación de ciudadanos con prestigio y otra con castas parasitarias?.
Pues, bien, en el tránsito hacia la modernidad, las democracias sanas se sustentan en los derechos individuales (libertad) y los derechos sociales (igualdad), recogidas extraordinariamente en los dos pactos firmado por las naciones en Nueva York en 1966 (Pacto de Derechos Civiles y Políticos y; Pacto de Derechos Económico, Sociales y Culturales). Hoy en día, los valores y principios recogidos en esos dos instrumentos internacionales son el cimiento y fundamento de todas las naciones que comparten el ideal de democracia.
Luís Prieto Sanchiz, profesor de la universidad de Castilla y La Mancha, nos dice en Estudios de Derechos Fundamentales, que “los derechos innatos de libertad e igualdad aparecía en Kant como el presupuesto jurídico para que cada individuo pudiera perseguir su propia concepción del bien y satisfacer sus necesidades en la órbita privada de la sociedad civil, los derechos sociales no son más que una extensión funcional de ese modelo de los derechos innatos una vez que éste se abre también a la esfera política del ciudadano activo”. En este sentido, siguiendo la línea de Prieto Sanchiz, puedo decir que se propugna la armonía entre derechos individuales y sociales, entre el ámbito privado y el público.
En los últimos veinte años, en el Perú vivimos un círculo vicioso constante. Es frecuente que los ciudadanos asocien al político como sinónimo de hombre “corrupto”. También es habitual distinguir entre el empresario honrado que se gana la vida con el sudor de su frente de aquellos parásitos que chupan la sangre hasta el tuétano de los huesos.
Leo en estos días a Thorstein Veblen y a Enrique de Diego. El primero es autor de Teoría de la clase ociosa y el segundo de La casta de parásitos. Veblen y De Diego nos proporcionan la descripción espantosa de este molde (la clase ociosa y la casta de los parásitos), identificada por su arrebatadora mediocridad, su despreocupada disposición aduladora y su sometimiento a las consignas partidarias.
El periodista Juan Manuel de Prada, en la columna de opinión del diario ABC de Madrid (edición 10 de noviembre), pinta en cuerpo y alma el paradigma del político y empresario sin rostro humano. Este tipo de gente, como la que describe De Prada, también existe en nuestra sociedad peruana. Por ejemplo dice: “Gentecilla que a los dieciséis años se afilia a las Juventudes de su partido, sin otro propósito que el medro; gentecilla inculta a la que no se conoce mérito ni habilidad alguna; gentecilla que jamás ha arriesgado su peculio en la fundación de una empresa, que jamás ha forzado las neuronas que no tiene en el estudio de una profesión liberal, que jamás ha tenido que buscarse la vida en un oficio manual; gentecilla que, incluso, «mamó la política desde la cuna», esto es, que creció en una casa donde los papás ya formaban parte de la casta y modelaron al vástago para que algún día los sucediera en el disfrute de los mismos privilegios, según los más estrictos códigos de la mamandurria hereditaria…”. No hay más que apuntillar esta descripción. Nuestro Perú no está exento de esta clase ociosa y casta parasitaria. Pero, al mismo tiempo hay una inmensa mayoría de gente honrada, trabajadora y una minoría de delincuentes con cuello blanco que lamentablemente son los que destacan y “triunfan” a base del esfuerzo de los primeros.
Nosotros, gente común y corriente sufrimos a diario las componendas corruptas de los políticos y empresarios, tal atracador diestro se perfilan en inmoralidades del dinero que a otros nos cuesta conseguir. Los políticos corruptos y pseudos empresarios jamás se ganan la vida con el sudor de su frente, todo lo consiguen a base de fraude y robo. La Teoría de la clase ociosa de Veblen, hoy más que nunca cobra vigencia si queremos hacer una parodia con nuestra sociedad, es maravillosamente pertinente para el caso actual en el que gente torcida (políticos y empresarios) dañan la imagen de nuestro país con actos deshonestos.
Hay un déficit de doctrina de la virtud o el conjunto de valores que debe orientar la acción del hombre en sociedad. Falta una estructura institucional seria, transparente e imparcial. ¿Cómo luchar contra la corrupción con un sistema que desde su origen no está bien concebida?. Es necesario un sistema judicial de jueces y fiscales, educados en la doctrina de la virtud y los valores para que apliquen la ley a los corruptos. Un sistema anticorrupción lleno de mediocres y serviles jamás podrá ser un buen instrumento para erradicar lacra de podredumbre enraizada en nuestro país.
El episodio de corrupción de nuestro país ha rebotado en importantes medios de comunicación Europeos. Identifican al Perú y en general a Latinoamérica como un conjunto de países poco fiables.
No todo es un panorama sombrío. Nuestro país tiene gente emprendedora. Existen líderes y políticos con suficiente reserva moral. La familia y los buenos maestros son instituciones y referentes morales en las que aún podemos confiar.
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